De un tiempo a esta parte.

De un tiempo a esta parte.

Las cosas se parten, se rompen.

El tiempo es clave, el mundo sigue girando sin tu amor, y todo sigue su curso. No hay dramatismo en la derrota si no se exagera, y se empieza por la autocrítica. Incluso la alternancia es saludable si se pretende construir, porque el tiempo para algunos es urgente y lo que queda es organizar la caída sabiendo que nadie es imprescindible para volver a construir la victoria.

En esa zona gris, las elecciones marcan a fuego, las que uno resiste y las que no también.

La vulnerabilidad del duelo es la aceptación de la derrota, de verse un poco roto, y ese tiempo de sensibilidad también habla de nosotros. De vos en cuanto a los demás, al otro, a la sociedad.

Quiero decir: de un tiempo a esta parte todo me parece partido. Bastante roto para ser reparado. Y en la cornisa de lo patético, pienso que tal vez a mis ideas le sucede lo mismo. Que yo, por expresión del deseo, sostengo la utopía de la unidad de los argentinos, que también por circunstancia vanidosa, en la que tengo fé, como aquel 18 de diciembre, tiremos todos para el mismo lado. Porque si la solemnidad me guía, el sentimiento de ser argentino es lo más lindo que tengo.

Pero bueno, la sociedad no es el fútbol, no. Por supuesto que no, lo sé. Sin embargo, pienso que en una sociedad que pondera los futbolistas esa diferencia no me alcanza para explicar nada. Estoy convencido que somos una sociedad que tiene de héroes a personas de carne y hueso, que salen de los barrios, de lugares inesperados, humildes, hechos a amor y sacrificio, a familia y a domingo.

Nuestra fantasía no es luchar contra el mal siendo super hombres, hegemónicos y musculosos. Nosotros no queremos pelear, ni tampoco comprar armas en el super. Para nosotros el juguete es la pelota y la fantasía es poder ganar algo y llevarlo a casa. Decirle: “Mamá yo juego para vos”.

Yo no entiendo el conflicto en Israel, ni tampoco se lo suficiente de terrorismo. Yo se que los argentinos no quieren la guerra, y que la cantidad de muertos en Gaza les parece un horror. Que la disyuntiva entre los gobernadores y el presidente es una puesta en escena de las consultoras y que ninguno se siente más campeón del mundo por ser de Capital o  Chubut.

Yo se que los argentinos tienen un solo lado, que es hacer un esfuerzo por pasarla bien, que hace rato está normalizado y nos agobia un poco. Sobre todo a los gurises, que por desconcierto hemos entrado en la lógica política de sentir la victoria en la derrota del otro, y no en la conquista de la idea propia.

El diálogo se enquistó en el miedo a decir, o a decir cualquier cosa para ganar. Una conversación no es una competencia, ni las diferencias significan una enemistad, pero hay quienes se identificaron con esta retórica para fundar su base política y hoy diseñan estrategias a partir de esto. De sentirse ganadores de tiempo completo, de burlarse de las penas ajenas, del sufrimiento de quien no puede.

El miedo a decir es un modelo ambiguo, necesita la inventiva permanente del enemigo y en esa circunstancia, la traducción cultural la heredamos a partir del amor, y el sufrimiento también, porque siempre aparece. Y aunque la cosa esté partida, vulnerable en su expresión política y el reformismo esté de moda, hay discusiones que nuestro proceso no va a conceder.

El mundo artístico y poético está de nuestro lado, de la parte partida que cree en el dolor, que la pelea en el sufrimiento. Y hay rabia, si hay emociones fuertes. Como la barbaridad de pensar entre ilustrarse y comer.

Entiéndase que de un tiempo a esta parte, la historia nos posiciona como los responsables, como el problema de este país. Y de un tiempo a esta parte, los calificativos me dejaron de importar.

Textos rastreros es el seguimiento del relato de la humillación. También es todo lo que siento, por nuestra impotencia política y por nuestra falta de creatividad. Y aunque la narrativa nos posicione, nuestra elección es la historia. Marcando el tiempo de nuestras vidas. Sin poder, desde los escenarios, en las calles, en el barrio, con la posibilidad latente de la transformación. Esa es la forma de nuestro diálogo, el paréntesis de nuestra imaginación. La cultura más diversa, la más apasionada, la que sabe perder y sabe perdonar. La que siente sobre sí, un modelo para armar, pero nunca para destruir.

Por Alan Gómez Tutau